La mochila desecha.
Los pies calzados.
Y el abrigo propio,
bien abrochado.
De sombrero los cuervos
No los gorriones.
Las manos sin ataduras
ni bastones.
Y los ojos, esta vez
Y como nunca
Un poco entornados
Pero sonrientes.
No vaya a ser que
se cuele paja ajena.
Y ya no distinga
Lo que tiene en frente.
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